martes, 9 de marzo de 2010

Capítulo III: sobre la libertad de crear… TiKa

Yo para los nombres soy muy mala. Malísima. Y no me acuerdo si fue Bourdieu o algún otro culturalista europeo que decía que para acceder a la cultura, lo que antes llamaban cultura, o sea las artes y esas cosas, era menester de las clases altas, ya que de ahí para abajo, la gente estaba ocupada pensando en cómo satisfacer sus necesidades básicas.


Hoy las cosas han cambiado debido a la masificación de los medios, podría decirse que el acceso a la información y… digamos que a que las clases medias han crecido. Hoy, sobretodo los jóvenes, tenemos más posibilidades de acceder a mucho de lo que pasa en cualquier parte del mundo, de aprender lo que queramos y, además, de participar directamente a través de estas esferas que no terminan de sorprenderme.


El tema en realidad, no se trata de cómo la tecnología nos ha llevado a un conocimiento mayor de la humanidad en cualquier tiempo. Se trata, más bien, de cómo el acceso a ella nos permite un desarrollo que abre las puertas a otras dimensiones, que hace unos 5 o 10 años no existían. Ahora, ¿qué es lo que se debe ya tener para poder estar frente a un computador y así la valentía o la ligereza de escribir estas palabras? Se tuvo que haber pasado por el colegio, probablemente con alguna monja, cura o capilla a la que se visitaba al menos una vez al mes, se tuvo que aprender a expresar algunos sentimientos que probablemente surgieron de una feliz infancia o alguna frustrada adolescencia, entender que el contenido (de lo que exista) vale la pena exponerlo, de tener la capacidad adquisitiva para comprar una máquina que sirva como herramienta para materializar esos sentimientos y pensamientos, o un papá o mamá que lo haga por uno, o en su defecto, un locutorio y una magnífica capacidad de inspiración a pesar de los gritos de la señora que está al teléfono o el viejo que chasquea los dientes mientras termina de bajar la foto de la mona en bola en su cubículo.


Yo no sé cuánto tiempo estuve pensando en qué iba a decir cuando abriera un blog. No sé cuántas ideas se me ocurrieron antes de sentarme a escribir realmente. Era pánico escénico… que todavía late por ahí, que es la razón de por qué no muchos leerán estas frases. También se trataba de una búsqueda. Fueron casi dos años buscándome, buscando satisfacer mis propias necesidades, sin superar cierta parte de mi adolescencia que me recordaba lo increíblemente difícil que era mi propia supervivencia. Era un buen tema, pensaba, pero no era capaz de hacerlo. Me había convertido en una obrera de tiempo completo a pesar de cursar una maestría. A mí me parecía paradójico. Sé que la modalidad estudiante-trabajador ha estado de moda en Europa y otros países desarrollados, en donde la gente se las da de la sencilla y culta, pero soy colombiana, tercermundista y miembro de una familia de clase media-alta, como todas ellas, arribistas y negadoras de realidades indeseables, como tener miembros obreros-asalariados que pagan por los gastos de sus hijos estirando la plata y recortando consumos para pagar los servicios mensuales. A pesar de haberme dado el lujo de hacer una maestría en sociología de la cultura en Argentina, me encontraba en una realidad indeseable: se trataba de asumir esta incómoda situación de extranjera, de bicho raro, que, claro, no pertenecía, que hablaba diferente y exageraba con sus formalidades. Se trataba de hacer parte de un país que niega cualquier posibilidad de indigenismo o trabajos básicos, para lo cual, ingresan (no integran) sus vecinos que sí se le midan a cargar ladrillos y esos menesteres pertenecientes a la clase trabajadora en donde no se imaginan así mismos los porteños.


Además de sentirme una mediocre, perdedora y rechazada (ojo: parte de la crisis), me encontraba en una situación en la que ni siquiera podía expresarme. Quería hacerlo y así me interesé por esa gente que llega y funda una vida un día cualquiera en una tierra de nadie, tierra de todos los que fueron, lejos de aquí y reprodujeron caucásicos de 1.90 metros de altura en promedio y que hoy, sienten la dignidad (yo diría arrogancia) con la que ha sobrevivido Europa desde que empezó a conocer (y apropiarse de) el mundo.


Quise hacer cosas, en serio! Quise hacerle saber al mundo acerca de esa realidad que si bien no se trata de un irrespeto al derecho internacional humanitario, se trata de un proceso, característico de estas épocas y estas edades, en estas tierras y clases. Era sociología… de la cultura, de colombianos de clase media que llegan a estudiar a Argentina (ya casi no se habla de las clases medias), que asumimos el reto de migrar y asomamos la cabeza en donde no nos han llamado, jurando que les estamos haciendo un favor, invirtiendo en la educación que en Colombia no pagamos (porque, creo, ya no creemos en ella). Pero no lo hice. No lo he hecho, mejor, y espero tener la valentía, esta vez, de hacerlo y contar historias de gente que asume educarse en un país realmente diferente en muchos niveles.


Después de volver a mis fauces, a compartir cenas con mi familia y la cómoda cama que me espera, comencé a entender mi verdadero impedimento. Para eso me sirvió Bourdieu o el que haya dicho aquello; para comprender que la comida, el techo, el afecto y esas otras necesidades que muchas veces damos por sentadas, deben satisfacerse a cabalidad, para después sí pensar en lo que le pasa al mundo y en esas formas de expresión que llaman artes, dedicarse a ellas y algunas horas en lograr que salgan bien. Invertir el tiempo en el individualismo, heredado también de Europa, y después dedicarnos al análisis de este caos que sucede en Latinoamérica. Después de superar la barrera del subdesarrollo que tanto nos creemos la mayoría, buscar la manera de contar estas historias que también nos pertenecen y que probablemente a nadie más que a algunos amigos interese…

No hay comentarios:

Publicar un comentario