martes, 2 de marzo de 2010

Capitulo dos: Tika

De pronto todo empezó a cambiar. Las personas que pensé que me amaban, en muy poco tiempo comenzaron a decepcionarme de alguna u otra manera. Volvió la sensación antigua, bogotana, de vivir entre la superficialidad. Sentir que hay razones para hacer lo que hago, para tener a mi lado a las personas que me rodean y algo parecido a un perfil profesional, pero por alguna razón, probablemente inconciente, termino rodeada de personas que no se interesan realmente por lo que hago por mí o por ellas. Se trata de una hipótesis estudiada y comprobada por lo que no muchos permanecen en mi lista de teléfonos por mucho tiempo. Llega el día de celebrar que mi tiempo pasa y no puedo evitar sentir más soledad que de costumbre. Sentir que no lo he invertido verdaderamente ya que ninguno responde a mi tiempo presente… o tal vez sí, el de la celebración, el de la cena y el baile. Es como la viuda que entierra su cónyuge con gran dolor y a su pesar, además de perder a su compañero, debe recibir a sus antiguos conocidos, los empleados, los hijos naturales detrás de la herencia y a un cura hablando sobre la muerte, lo que por obvias razones desconoce. La viuda olvidó su dolor, estaba muy ocupada recibiendo atenciones y pésames, pero al día siguiente se levanta sola. Entiende que debe asumir aquellas responsabilidades propias de la muerte de un ser cercano como devolver atenciones, pagar los gastos funerarios y el seguro del tipo con el que el marido se accidentó, que espera que le devuelvan la inversión del carro que acababa de comprar y que dieron por pérdida total. Se trata del vacío de la ausencia. Síndrome del nido vacío, dicen algunos sicológicos. Puede ser… en este caso es muy sencillo, pero yo no llego a descifrar qué determina el nido vacío de mi inconciencia.

Hace poco me vi obligada a hacer un recuento de quienes han participado de mi vida, digamos, erótica, en los últimos dos o tres meses. No develaré el resultado ya que caería en vicios poco adecuados para este fin, pero a raíz del historial, pude determinar que he buscado en caminos equivocados, de nuevo, a través de hombres que pasan por mi vida junto con una botella de alcohol o quién sabe qué otras cosas entre nuestras cabezas. Pude darme cuenta que he estado buscando algo, algo allí que claramente no es tan básico como el sexo, pero obvio, no he encontrado nada porque no ha habido mucho mas que eso. No vamos a subestimar aquí el sexo. Es completamente necesario para el ser humano, para su desarrollo afirmación existencial. Se trata más bien de entrar en el juego otros (en mi caso, hombres), que lo asumen como tal y una forma de liberar su energía comprimida que, de no ser por el sexo, andaría dándose en las paredes o a alguna otra persona que se le cruce en el camino. Gente insatisfecha produce amargura, represión y, en su defecto, violencia injustificada. Yo, aunque soy mujer, no quiero ni medianamente acercarme a ello, por lo que el sexo hace parte de mi rutina hormonal, como sucede también en los animales. El tema es que no soy un animal. Soy una mujer, pa’ ser más complejos y darle más vueltas a este ensayo que no lleva a nada y no hará nada más que existir…

Busco algo que sienta que vale la pena en mí y pocas veces, pocas personas, por más frívolo que esto suene, hicieron que llegara otra luz a mi vida, que me iluminaran con sus experiencias, alegrías o tristezas y lograran hacerme ver algo que sólo yo podía ver por mí misma pero que sin ellos no hubiera llegado allí. Hay muy pocas que siguen en mi camino enseñándome. Algunos decidieron no entregar más, algunos simplemente se fueron y otros no tienen nada qué decir ya.

Esta es la crisis. La crisis de los 30. En el momento que comienzo a preguntarme si lo que viví realmente tuvo sentido, si le dí mucha importancia o si he hecho los suficiente por mis sueños. También me pregunto si las noches y días de diversión, viajes, sustancias, bailes y descansos han sido suficientes para morirme con la tranquilidad de saber que disfruté la vida. Me pregunto por lo que tengo hoy y lo quiero tener mañana. Me pregunto si se trata del sueño ideal de tener dinero, familia y comodidades como para que cuando tenga la edad suficiente para decidir (ojo) que no quiero trabajar más lo haga sin remordimientos. O si soy capaz de renunciar a ese ideal y luchar por una felicidad que sólo hable de mí, de cómo soy capaz de gozar la existencia sin hacer parte de un sueño común. ¿Dónde está, pues, esa alma que es la que siente que esa felicidad sólo la puedo encontrar allí? ¿Dónde se aloja lo que me produce el amor y el desamor que siento por mis compañeros de existencia y las ganas de comer chocolate cada dos o tres días sin importar los kilos que impliquen de más?

1 comentario:

  1. Me gusta como piensas, es interesante ver como te retuerces entre lo que sientes y lo que pasa... me gusta mucho tu estilo de escritura y sobretodo espero que podamos aprender mas de ello

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