Capítulo I: Por ahora vamos con una catarsis acerca de una vida mal llevada, poco controlada y sin razón para comprender o dilucidar dirección alguna.
No sé exactamente en qué momento comenzó todo esto. Fue en algún momento de miseria en mis días porteños, seguro. Algo me hacía sentir que me encontraba sin un suelo firme en donde caminar o correr si me daba la gana, cosa que siempre quise con gran ímpetu. Ya no sabía hacia dónde correr o para qué… y entonces, esa pregunta comencé a planteármela en el momento en que el destino se convirtió en un problema y el futuro en el cual se encontraba aquel destino se hizo presente. Había llegado a mí sin saber qué hacer, el tiempo se había convertido en mi enemigo, ya no quería mirar mi reloj, no quería levantarme, odiaba la hora del muerto más que nunca, odiaba terminar las citas... y así llegaron los 30. La edad en la que se producen todas las preguntas acerca del tiempo, acerca de cómo han pasado esos años, esas preguntas acerca de si realmente soy grande o si no he crecido aun y no estoy preparada para la supervivencia, la independencia y la capacidad de disfrutar la vida sin llorar por lo difícil que es.
Algunas preguntas me las respondí otras no. Después llegaron otras preguntas, otras personas, poco trabajo y muchas respuestas. De pronto sentí que la vida pasaba sólo en Colombia ya que había nacido mi sobrina, nueva integrante, mayor prueba de la evolución, del crecimiento y la labor. Compré un tiquete a Colombia para viajar 8 meses después y reconocer lo que había dejado. Esos meses pasaron casi sin darme cuenta. En esos meses talvez no procuré acercarme en lo más mínimo a mi destino; sólo a Colombia y en realidad no sabía qué haría o si volvería a Buenos Aires. Para mí había acabado casi todo lo que había ido a hacer.
Una vez aquí, efectivamente, sentí que había vuelto a mi hogar, sentí que me encontraba en el lugar que tanto extrañaba, que había vuelto a sentirme amada y que eso, potencialmente podía lograr encontrar de nuevo mi destino. Durante unas semanas sentí que el tiempo estaba correctamente administrado para mí, que estaba aprovechando la vida y la presencia de quienes amo.
Llegaron los 31 y con ellos la dura realidad de un comienzo en mi historia financiera que no puedo sostener, de decisiones trascendentales acerca de caminos para tomar. Si, esas cosas que hacen los adultos, acerca de tomar decisiones y salir invictos con ellas. Volver a la vida que tanto me incomodaba y seguir con un proyecto que emprendí dos años antes o cambiar mi camino y buscar enderezar mi huérfana y triste economía. Claro, la segunda opción fue la más madura además de creer que si me encontraba con las personas que amaba, sería más fácil encontrar un camino que me ayudara a llegar a mi destino, aun desconocido.